Recuerdo cómo hizo crujir uno a uno los huesos de sus dedos y me aseguró que se comería el mundo. No lo dudé ni por un solo instante, pues era así como decía la verdad: despacio, y con la mirada fija en un punto. Dudaba en todas las demás cosas insignificantes, como cuando elegía si besarme en la nariz o en los párpados.
Dudaba en todo menos en quererme, fija y lentamente.
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