Aún no te conozco. Sé cada una de tus ilusiones y esperanzas, pero ninguna de tus tristezas. Háblame de tu dolor para que pueda conocerte.
Me contaron que, cuando nací, pesaba tan poco tan poco, que podía hacer equilibrios en el dedo meñique del doctor, y desde entonces, cuando camino, existe un continuo espacio entre el suelo y la suela de mis zapatos.
Ir volando sigue siendo una alegría.
No, porque en días como este, me gustaría descalzarme en la hierba, o en la arena, y sentir el tacto de la vida, ¿sabes?. No necesito ponerme de puntillas para alcanzar un beso, porque ya me ayuda el aire. A veces me gustaría patinar sobre hielo, pero sigue habiendo el mismo espacio vacío, no hay ni siquiera aire de escarcha y camino sobre la nada como los pingüinos sobre el frío.
Eso es un leve dolor.
Esperabas que hablase del desamor ¿no es cierto? O de la muerte, ¿a que sí? Bien, no es lo mismo, pero esta misma levedad parece que me esté apartando de todo lo demás. No sé si lo entenderías pero, tú que quieres conocer mi dolor, porque crees conocerme casi del todo, deberías saber que mis ilusiones y esperanzas, no son otras que adherirme a las cosas con una fuerza irreal, vivir esta vida que se me escapa a dos centímetros de la piel.