Recuerdo una emoción cercana al éxtasis y una
noche de estrellas latentes y fugaces. Mi cámara era incapaz de captarte, y a
menudo te recuerdo en las fotografías que no hice. Te pareces de forma unívoca
a la dulzura en todas ellas. Recuerdo dos clavículas perfectas que me
quisieron, y las ciudades grandes que nos cuidaron las nostalgias. Por esas
ciudades y por esos huesos me resbaló el llanto, y ahora sé que tu cuerpo había
guardado desde el principio un hueco para esas lágrimas, para esa tristeza que
vendría de repente. Pasamos las horas acurrucados como dos gatos, lamiéndonos los
ojos mientras nuestros cuerpos inmóviles ronroneaban las canciones más azules.
Llovía. En ti, en mí, en Roma. Sobrevinieron los días más tristes, pero
también el calor de todos los inviernos.
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